Con alegria post-sinodal
El día después -lunes 29 de octubre- he tenido necesidad de hacer
silencio. Me he ido a la iglesia del Gesú y durante algunas horas han ido
tomando cuerpo en mí los días sinodales. El Señor, bien flanqueado allí por
Ignacio y Pedro Arrupe, me ha animado a tomar distancia interna de la
experiencia, a agradecerla y a depositarla a sus pies como algo que no me
pertenece, se me ha regalado y sentía el deseo de devolverla, de ofrecerla para
que vuele, para que se multiplique, no la puedo guardar para mí.
Los ecos que van resonando en mí tienen que ver con haber hecho un
camino juntos -Sínodo-, con la diversidad de culturas, lenguas, continentes,
edades, iglesias … y a pesar de ello o precisamente por, se ha dado un lenguaje
común, una sinfonía con notas similares a fuerza de acompasar ritmos, de una
escucha activa que deja penetrar lo que oye desde el corazón y que va creando
un hermoso coro polifónico, donde está permitido -y es bonito- desentonar
porque prima la inclusión de toda diversidad.
Llegué sorprendida, comencé animada, continué con pasión poniendo lo mejor
de mi ser de mujer en minoría pero sostenida y apoyada por mis compañeras; con
el paso de los días fui sintiéndome en mi propia casa, con pleno derecho,
dialogando con un tu mayestático en apariencia -por títulos y ropajes- pero
humano, con empatía, con sentires semejantes, hermanas y hermanos en la fe en
un mismo Dios Padre y Madre que desea lo mejor para todos los seres humanos.
Y así un enorme número de varones y uno reducido de mujeres, junto a los
jóvenes -tampoco numerosos pero haciéndose oír- hemos tejido con hilos de apertura
al Espíritu, un maravilloso tapiz multicolor amplio e inclusivo, como signos de
una iglesia que desea caminar en sinodalidad.
María Luisa Berzosa fi
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